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lunes, 6 de junio de 2011


Amenazas a los osos polares 


Oso polar en una costa sin hielo.
Tradicionalmente, los osos polares fueron cazados por los esquimales y otros pueblos árticos, por su carne y piel, evitando ingerir el hígado, que por contener niveles extremadamente altos de Retinol (forma de Vitamina A encontrada en miembros del reino animal) consumirlo resulta peligroso para el ser humano.
Los colonos europeos comenzaron a matarlos también por deporte y para evitar sus incursiones en los poblados, donde podían robar comida o atacar a los animales domésticos. En raras ocasiones se dieron ataques contra humanos, aunque la gran mayoría de éstos fue obra de animales heridos previamente por los propios hombres.
La UICN considera que el número de osos polares se ha reducido en al menos un 30% en los últimos 45 años. Para 2008 la población se calculaba entre 20.000 y 25.000 individuos.1 Hasta hace algunos años, los osos polares se cazaban desde embarcaciones de motor, avionetas e incluso helicópteros. Esta caza masiva puso la especie al borde de la extinción, por lo que acabó prohibiéndose en ciertos países como Rusia o Noruega y regulándose en los demás, en Canadá país que presenta la mayor parte de la población mundial de osos polares se permite a los inuit cazar un cierto número de ejemplares. De igual manera en 2010 se autorizó a las poblaciones indígenas de EEUU y Rusia mediante un acuerdo entre ambos países una cuota anual de 29 ejemplares, cuota anulada recientemente por Rusia que prohíbe totalmente la caza de osos polares en su territorio. También se persigue el uso de cebos envenenados para matar a los osos.
Aparte del hombre, el único animal que puede ser peligroso para el oso polar es la morsa, si es que se acerca demasiado.
Las amenazas más modernas las constituyen la acumulación de contaminantes en el hielo y atmósfera árticos y el calentamiento que está afectando su ecosistema.1 Según estudios canadienses (2005) el hielo de las zonas habitadas por estos animales se está derritiendo hasta tres semanas antes que en la década de 1970, obligando al oso a retirarse a tierra firme sin haber completado sus reservas de grasa, que pierden durante el verano y el otoño en forma tan crítica que afecta la capacidad de las hembras para quedar preñadas y minan su capacidad de producir leche para alimentar a sus crías. Esto ha provocado una caída del 15% en la tasa de nacimientos.

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